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La Foto.

Foto del escritor: Pedro García MuñozPedro García Muñoz

En un taller literario que desarrollamos en el período de larga cuarentena, para concretar tantos años de investigación, aprendimos que contar la forma como se ha llegado a desarrollar esta larga historia de la Antiguas Familias de Mariquina, tiene un valor importante. No son solo los papeles, ni datos, ni registros de antepasados, es la historia de los recuerdos de muchos, de todos aquellos que han abierto sus vidas y sus recuerdos para que sus antepasados no sean olvidados.

La foto ¡¡

Una tarde invierno de 2001, sin percatarme, registraba una llamada perdida en el teléfono celular, no había tenido tiempo de responder, la actividades a cargo de turno como Fiscal Adjunto del Ministerio Público en Temuco me tenían agobiado, y como era habitual, una centena de llamadas policiales nublaban cualquier otro registro; sin embargo, en algún momento devolví esa llamada no registrada. Al otro lado del auricular me respondió una señora de edad, lo que advertía por su voz pausada y algo endeble, consulté y no sabía el origen de la llamada, excusándose. Sin embargo, le indiqué mi nombre, a lo que agregó ella que podría ser un alcance porque su hermano, muerto hacía muchos años tenía el mismo nombre. Entonces advertí quien podría ser. Le indiqué los datos de mi padre y abuelo y, claro, estaba hablando con doña Benita Edilia García Puchi, -Lila- hermana de mi abuelo Pedro Héctor García Puchi, ambos nacidos en Loncoche, en 1912 y 1910 respectivamente.

No sabía mucho de la Tía Abuela, pero tenía noción que vivía en la Población Imperial en Temuco, viví en algún momento a tres cuadras del lugar, pero nunca supe de esa relación de familia antigua que ahora, me contactaba. La llamada, en realidad, la había formulado su hija Edilia Andrews, prima de mi padre, quien sabedora de mi condición de abogado consiguió mi número para hacerme una consulta acerca de unos documentos legales de una propiedad de su madre en la ciudad de Loncoche, en el sector de Chesque. Yo había nacido en Loncoche y Chesque, un sector rural de esa comuna, era un vocablo común en las historias familiares de mi padre, ahí, mi abuelo poseyó un predio y se dedicó a la agricultura toda su vida. Hasta ahí, no advertía que esa llamada abriría una puerta al pasado que me llevó 300 años atrás.

Ya en su casa, recordé que había visitado a esa tía años antes, era delgada, de finos rasgos, ojos azules y menuda; me recibió con delicadeza y sin aspavientos, su hija, prima de mi padre, muy amable, me explicó el motivo de la llamada y me presentó unos documentos de propiedad, y hablamos personas de la familia extendida, muchos de ellos desconocidos para mí, pero cuyos nombres había oído en alguna oportunidad en reuniones familiares en las que había estado atento, pero poco sabía de la familia de mi padre. Los documentos que me presentaron correspondían a al predio de Chesque, era aquella propiedad, colindante a la de mi abuelo, y que le había correspondido a su hermana en la distribución de los bienes de sus padres. Era una franja larga a orillas del Río Cruces, ubicado más arriba de la bocatoma del antiguo canal de la luz en Loncoche, no era un predio agrícolamente valioso, su idea era venderlo y consultaba por mi interés, a más de poder aclarar algunos temas en relación a su contenido.

La tía Lila, como la llamaban todos, me comentó de su familia nuclear, había enviudado hace muchos años de don Francisco Andrews, de Lautaro, y ya hace mucho que vivía en esa casa con una de sus nietas. Se recordó de sus hermanos y de sus padres. La lánguida, pero interesante conversación se vio de golpe interrumpida, la hija de la tía, venía desde una habitación contigua con una foto de mediano tamaño, en blanco y negro, enmarcada y con cubierta de vidrio. Me mira y me indica que corresponde a mis bisabuelos en su matrimonio, no tenía fecha, pero ambos tenían una estampa notable.

Ahí empezó todo. Dieciocho años después, comienzo a escribir este recorrido por el pasado que como una llave que abre un portal del tiempo esa foto logró.

La foto correspondía a Eduardo García Figueroa y Rufina Puchi Jaramillo, una clásica foto de estudio tomada en Valdivia por Valck, era asombrosa, observé los detalles, la ropa, los rostros, buscando la incógnita de la vida de ancestros que no conocí. Nuestra anfitriona se apresuró a explicar detalles que me llenaron de intriga, sus palabras fueron como el efecto que pudiera producir el funcionamiento de una máquina del tiempo o la entrada a un portal que te traslada a mundos desconocidos. El, posaba de pie, impecable traje oscuro con la mano apoyada en una mesa, miraba fijamente la cámara, ella, sentada, con un traje negro, pero con un bello ramo blanco. La tía se tranquilamente explicó que él era viudo, y que la costumbre de esa época hacía que la novia vistiera de negro, aunque con un ramo blanco, en señal de respeto o luto a la anterior mujer. Fue un momento intenso, preguntarme por qué nunca había recibido esa información o tenido algún dato de esos ancestros, y que a pesar de mis largas lecturas de historia chilena nunca me había preguntado acerca de mi propio origen.

Esa sensación de estar frente a una incógnita que debía descubrir no me abandonó más. Luego, en las semanas siguientes, aún con esa foto en mi mente, solicité copia de los registros matrimoniales de San José de la Mariquina de 1909, solo sabía que mi abuelo Pedro había nacido en 1910, por lo que calculé la fecha un año atrás, la tía abuela no recordaba más datos, salvo que -como dijo exactamente- no conoció abuelos. Como aquello importaba una búsqueda, todo dependía de la buena voluntad del funcionario del Registro Civil que encargó la diligencia, fue así, exhaustivo y amable. Cuando llegó aquel documento lo abrí con expectación: Registro Matrimonial, Circunscripción San José, N° 89, año 1909, 14 de Agosto: nombre del Marido: Eduardo García, 39 años, viudo, padre: Saturnino García, madre: Bernarda Figueroa. Nombre de la Mujer: Rufina Puchi, 34 años, soltera, padre Antonio Puchi, madre: Victoria Jaramillo. Cada uno de estos nombres abrió, a su vez, nuevos mundos, todos entrelazados de tal manera que era un cosmos, un conjunto de mundos a la vista una noche estrellada. Era la primera vez que conocía y veía plasmado en un papel el nombre de mis tatarabuelos paternos.

No dimensionaba que cada nombre desembocaría en un único lugar, una antigua fortaleza del sistema de defensa español de Valdivia: El Castillo de San Luis de Alba de Cruces.


Por Pedro García Muñoz.

 
 
 

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